Mientras se dirigía a una velocidad vertiginosa hacia la cabeza de un hombre de enormes proporciones y de mirada enemiga, venían a su mente muchos pensamientos del pasado que hasta entonces comprendía.
Toda su vida había estado esperando este momento, para entender por qué Dios había hecho que existiera, y por qué había permitido todo lo que en su pasado viviera.
Siempre se preguntó en los días pasados por qué no había sido usada para construir una gran muralla, que los habitantes de una importante ciudad protegiera; o para ser parte de la protección de los valientes en la guerra, al convertirse en algo así como una trinchera; pues, aunque la vida la hacía ver como “una derrotada más”, en verdad tenía alma de soñadora y de guerrera.
En su mente por mucho tiempo permanecía el recuerdo tormentoso de aquel niño que, luego de haber tropezado su zapato contra ella, con violencia la arrojara hacia aquel arroyo en el cual los últimos años permaneciera.
En las aguas turbulentas cayó aquel triste día, adolorida por golpearse contra los obstáculos de aquel camino, que era en realidad el recorrido entre la mano de “aquel niño violento” y lo que entonces entendió como “su final destino”.
En aquel arroyo había sufrido los helados inviernos, la ausencia de sus antiguas compañías y un doloroso proceso de formación que de las rápidas y frías corrientes de agua recibía.
Después de todo lo sufrido una nueva forma tenía y, aquella piedrecita del camino, entonces poseía una lisura sin igual de la cual antes carecía, con una nueva punta afilada para ser más veloz y letal, eso sí por si alguien a arrojarla se atrevía.
Muchas cosas de su historia de lógica carecían, pero todo había comenzado a tener sentido cuando, de repente, sintió la mano de aquel joven rubio que dentro del agua su mano metía, para llevarla en compañía de otras cuatro que se habían convertido en sus compañeras de arroyo y de vida.
Entonces, pensaba la pequeña piedra y se preguntaba por qué su ser pasaba de la mano de un violento a un arroyo y, de allí, pasaba nuevamente a otra mano que metía su existencia dentro de una bolsa que más parecía un oscuro hoyo.
Asustada esperaba la piedra y, luego de que la misma mano del joven rubio la sacara de aquella bolsa donde al menos compañía tenía, ahora sola salía para mirar con sus ojos lo que un campo de batalla parecía.
En los ojos de un gigante desafiante podía ver la misma arrogancia de quienes mal habían hecho a su vida, por lo cual su mente de roca comprendía de qué lado estaba la maldad en la batalla que sus ojos veían.
La pequeña piedra fue arrojada una vez más en la historia de sus días, pero ahora usando su alma de guerrera y con las respuestas de lo que muchas veces había preguntado en otros días.
Velozmente giraba y giraba hacia la frente de aquel ser de mirada enemiga, mientras que en su interior se fortalecía y comprendía el propósito de cada uno de los granos de arena que entonces hacían parte de su vida.
Luego de un rápido recorrido, enterrada en la frente de aquel enemigo que derrotado caía, en medio de las alabanzas de un pueblo que vitoreaba con alegría, aquella piedrecita su propósito de existencia comprendía.
La pequeña piedra entonces sabía que todo al final le había ayudado para poder vivir el momento que vivía, incluso cada golpe recibido y hasta aquellas corrientes que un día para darle forma la movían.
Por fin, llena del sabor de la victoria entre la frente de aquel gigante y la tierra, uno de los grandes propósitos de su vida se cumplía, al tiempo que escuchaba muchas voces que celebraban su gran victoria y su gran osadía.
En medio del vocerío escuchó una voz que gritaba “¡David!”, y se pudo dar cuenta de que se refería al mismo joven rubio que del arroyo había sacado su vida.
El rey de Israel, la piedrecita del arroyo y El gran Dios del cielo, habían formado un equipo sin igual, que vencía entonces a aquel temible Goliat, y que escribiendo estaba la historia que el mundo conocería como una hazaña sin igual (1 Samuel 17).
Aquel maravilloso día la pequeña piedra Jamás olvidaría, pues entonces su propósito de existencia descubría, al tiempo que entendía el porqué de los duros golpes del pasado y el porqué de aquella agua del arroyo tan fría.
Finalmente, aquella piedrecita sabía lo que lograr podía y, entonces, comprendía que no era sólo la piedra en el zapato del caminante, o una piedra que dentro del agua jamás sobresalir podría.
Todos necesitamos tener una razón por la cual luchar, un propósito que nos lleve a pensar que en verdad vivimos y somos útiles al vivir; y sólo al acogernos a la voluntad de Dios será posible descubrir por qué tenemos en nosotros un aliento que nos hace existir.
Es posible que hoy ni siquiera sepamos cuál es el propósito de Dios al permitir que nuestros ojos un día se abrieran y que nuestro corazón comenzara a latir, y esto muy seguramente se debe a que en este día somos formados para que más adelante podamos comprender cuál es nuestra razón de ser.
Quizás estamos como aquella piedrecita del camino, recibiendo golpes por la mano de un violento que nos arrojó; o tal vez en medio de una muy fría agua, alejados de cosas queridas y siendo formados por rápidas corrientes que se llevan nuestra alegría; pero ciertamente un día, luego de aceptar y esperar en nosotros la obra del Dios que nos dio la vida, podremos comprender con gran felicidad que El Creador un propósito en todo tenía, incluso en nuestra propia vida; pues mucho somos para Dios, mucho más que aquella piedra con la cual tropieza el caminante en su travesía, mucho más que el agua somos, mucho más que tierra, de hecho mucho más que la palabra vida.
¡Bendiciones!
Fuente Fotos:
David y Goliat: http://es.goodsalt.com/images/dynamic/lesson_2_3_wm.jpg
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